Yo
admiraba las estrellas desde la orilla y me desentendía de este mundo, con
todos sus hombres, sus glorias, sus guerras y pasiones. Tu amistad reclamó mi
atención, quizás sin comprender que miraba el cielo en soledad. Me tendiste una
mano y yo te corté el brazo. Me pusiste el hombro pero te mordí la yugular. Me
quisiste con ternura y yo te arranqué la piel de un tirón mientras dormías. Y
me reí de vos cuando vi tu sangre. Al despertar me advertiste algo que ignoré
con displicencia, y me reí de vos cuando vi tus lágrimas. Aun así intentaste
ayudarme a nadar en un mar de lamento… pero entonces me reí de mí mismo. Me reí
de la comedia absurda de los hombres, del chiste de vivir. Te empujé y me dejé
hundir hasta el fondo gélido de un océano abismal. Dejé mi guerra, mis
pasiones, mis pequeñas glorias y dejé a los hombres encantados con su mundo y
sus lenguas vivas y muertas. Las estrellas estuvieron cada vez más lejanas, así
que preferí cerrar los ojos… y durante un tiempo fui ausencia. Mientras descendía
aletargado, con los astros a mis pies, algo
había mutado.
* * *
Fue el
peso que hubieras cargado alguna vez sobre tus hombros dolidos el que me
arrastró y posaba ahora mi cuerpo tendido sobre aquel fondo accidentado. Cuando
abrí los ojos por vez primera te vi con una claridad impecable. Comprendí lo
que antes me era ruido. Te vi inmóvil en la superficie, extraño, atento a otra
cosa que no era yo. Mirabas para otro lado y no encontré tus ojos por más
esfuerzo que hice. Ya no me observabas y por fin estabas en paz. Supe con estupor
que era yo en realidad quien no tenía piel y había perdido un brazo. Entonces intenté
levantarme pero mis piernas se quebraron; extendí mi brazo restante hacia vos pero
fue en vano; quise gritarte y me ahogué. Busqué la llave con violenta tristeza,
hasta comprender que era demasiado tarde. Luego, no te vi nítido ya, sino distorsionado
por las ondulaciones de la superficie. Cambiante, no te reconocí. Tu rostro fue
mil rostros y tus pupilas también. Fuiste otros. La misma corriente que erosionaba
mis codos y mis pies amenazó a mis ojos con ser tierra desecha. No pude reír
más porque en mi mente arraigó un confuso dolor, y de ese dolor nació otro
algo. Lloré sin lágrimas y sin voz. Un entendimiento tuvo lugar en la quieta profundidad:
me estaba convirtiendo en algo diferente. Durante un tiempo que no supe
calcular, tus ojos mutados siguieron enfocados en otra cosa; mis pupilas oscuras
siguieron enfocadas en vos. No sé si te desvaneciste gradualmente o de forma
abrupta, ya no lo recuerdo. Mi mundo quedó desfigurado por obra de tu ausencia
y acepté que había muerto un poco. Resignó para mí aquel caprichoso destino el
sofocante suplicio de hombre solo. Y las estrellas estuvieron cada vez más
lejanas.
3 comentarios:
la crónica de un desamor. Duele pero ya me acostumbré a esperar al arco iris después de la lluvia. =)
un abrazo!
Muy buen texto, se sintió el fallecer ese poco. Me gusta como escribis.
un beso :)
No es una historia de amor. Son dos amigos.
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