miércoles, 29 de septiembre de 2010

Séptimo: Solo

  Ya les abriste la puerta y se fueron, Gabriel. Habían caído en tu casa de visita porque era el día de la primavera, porque era el día del estudiante y algunos todavía lo son. Porque son tus amigos, coinciden. Y lo indecible, lo tácito, es que amortiguan la inclemencia de eso que te fatiga y todavía no descubrís qué es.


  No van a leer esto a menos que vos lo quieras, porque nunca leen las estupideces que escribís. Ya les abrís la puerta de calle, decíamos, y rematás con unas risas y comentarios estúpidos tuyos para terminar de pulir ese personaje que tan bien supiste crear. No sea cosa de que te descuides y terminen todos conociéndote (tal vez sí te conozcan pero de nada les sirve decirlo). Qué cursi, decís siempre.


  Cerrás la puerta y se te desdibuja la sonrisa, acaso también le pase a alguno de ellos (acaso a todos). Tu rostro verdadero. Se termina la comedia del personaje, el tuyo, ese que se ríe como los demás y habla banalidades; ese que esperás destruir con sensatez algún día para poder ser vos. Así que chau, nos veremos ya en cualquier momento porque tu casa nunca está vacía.


Pero vos estás siempre solo, aunque es imposible decirlo.