martes, 14 de junio de 2011

Duodécimo: Encargada

  Me observarás cuando estemos cerca, Sandra, furtivamente. Yo estaré trabajando en alguna parte del sector, vos en tu escritorio y mis eventuales consultas de novato sobre esto o aquello que sé muy bien siempre te irritan. Presto y condescendiente me arrimo para incomodarte, pero algo reparo antes de articular palabra, y es tu extraña cara. Parece una caricatura, es cierto, adecuada tanto para el rigor como para la indulgencia, redonda, estirada todavía a tu edad, con una boca hasta graciosa y ojos achinados.

  Ciclotímica, tal vez te sentís respetada porque nadie te discute, pero a tus espaldas pocos dejan de burlarse. ¿Cómo encargarse de dirigir el trabajo si te cuesta, literalmente, llevarte un tenedor a la boca? Acaso conozcas tus limitaciones y confiás en que nadie se de cuenta todavía, pero varios te hemos descubierto.

  Veo siempre con un asco leve tu cuerpo hinchado debajo del delantal azul. Yo sé lo que sos aunque me hayas caído bien en un primer momento, Sandra. Mi trato formal disfraza en realidad mis pensamientos pero es necesario si quiero conservar el trabajo un poco más. Quizás en un futuro cercano, cuando me haya hecho mangos suficientes, te mire casi riendo y, con la certeza de que afuera me espera un sol renovado, me saque la cofia y la tire contra tu esporádico maltrato. Entonces seré yo el grosero y no será necesario expresarme como lo hago ahora en este texto, tan ridículamente prolijo. Voy a poder respirar de una vez por todas con sentidas palabras al decirte que sos una gorda de mierda y te podés ir a la recalcada concha de tu madre.

Puta.