miércoles, 30 de junio de 2010

Quinto: Despido

  Me lo dijo de una manera sutil, pobre buen hombre. Con una sonrisa un poco forzada en esa cara que le quedaría tan bien a un verdugo. Pero más pobre yo, que ya sabía lo que me esperaba. Opté por una sonrisa igual de forzada y una actitud transigente para recibir la noticia.

  Me invitaba a sentarme y yo asentía mientras le daba más importancia al futuro inminente. Pensaba en el proceso que atravesaría más adelante, lo cual es para mí no menos que agobiante: buscar trabajo. Y no me refiero al hecho de trabajar, más allá de lo que algún corto de mente entienda, sino más bien al hecho de buscar trabajo.

  Que vos te desempeñás bien, que no es tu culpa, que tenemos inconvenientes, que vos sabés cómo es la cosa y que la reputa madre que te parió. Te deseo mucha suerte. Todo acompañado de una condolencia francamente predecible. Me llamarían, aclaró, para que mi angustia y yo pasáramos a cobrar en la semana. Después de dialogar un poco, quizás porque soy excesivamente educado (y un poco tonto) me levanté sin dejar de sonreír y le deseé un buen día.

Ahora vuelvo a sentirme fuera de lugar.

lunes, 14 de junio de 2010

Cuarto: China


  Mi atención se centra a veces sobre el vacío que se percibe en la alacena cuando ya no hay café, especialmente en las tan oscuras madrugadas de invierno. Café instantáneo Dolca que será adquirido, pienso, en los chinos de la otra cuadra apenas éstos despabilen.

  Suelo entrar a sus dominios, repetido hasta el cansancio e impregnado todo con esos identificables olores, saludando muy amistosamente. Lo que me llama la atención entonces no es que me haya olvidado por completo de lo que estaba buscando, tampoco que cueste tanto ablandar un poco su antipatía después de diez años. Lo que realmente me llama la atención es la hija de los dueños, quien definitivamente no es una china fea.

  La miro cuando entro y pienso si podré decir alguna estupidez para sacarle una sonrisa, y como es algo ya común en mí decir estupideces no me toma mucho trabajo. Los padres a veces me miran con sospecha y hablan entre ellos, acaso puteándome en un idioma que encuentro tan incomprensible como el fútbol. Mientras, ella ahí parada me habla en un perfecto argentino y de vez en cuando me sonríe generosamente.

En ese instante me sorprendo descubriendo que no la encuentro muy china que digamos.