martes, 14 de junio de 2011

Duodécimo: Encargada

  Me observarás cuando estemos cerca, Sandra, furtivamente. Yo estaré trabajando en alguna parte del sector, vos en tu escritorio y mis eventuales consultas de novato sobre esto o aquello que sé muy bien siempre te irritan. Presto y condescendiente me arrimo para incomodarte, pero algo reparo antes de articular palabra, y es tu extraña cara. Parece una caricatura, es cierto, adecuada tanto para el rigor como para la indulgencia, redonda, estirada todavía a tu edad, con una boca hasta graciosa y ojos achinados.

  Ciclotímica, tal vez te sentís respetada porque nadie te discute, pero a tus espaldas pocos dejan de burlarse. ¿Cómo encargarse de dirigir el trabajo si te cuesta, literalmente, llevarte un tenedor a la boca? Acaso conozcas tus limitaciones y confiás en que nadie se de cuenta todavía, pero varios te hemos descubierto.

  Veo siempre con un asco leve tu cuerpo hinchado debajo del delantal azul. Yo sé lo que sos aunque me hayas caído bien en un primer momento, Sandra. Mi trato formal disfraza en realidad mis pensamientos pero es necesario si quiero conservar el trabajo un poco más. Quizás en un futuro cercano, cuando me haya hecho mangos suficientes, te mire casi riendo y, con la certeza de que afuera me espera un sol renovado, me saque la cofia y la tire contra tu esporádico maltrato. Entonces seré yo el grosero y no será necesario expresarme como lo hago ahora en este texto, tan ridículamente prolijo. Voy a poder respirar de una vez por todas con sentidas palabras al decirte que sos una gorda de mierda y te podés ir a la recalcada concha de tu madre.

Puta.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Undécimo: Cigarrillos


  Yo tengo veintiún años y creo que mis padres todavía no saben que fumo, lo cual es indiscutible evidencia de mi estupidez. En realidad me gustaría decir que no lo saben, pero considero que no existen sobre el planeta padres tan distraídos como para no sospechar, aunque sea un poco, que su hijo fuma. Empecé a los dieciocho como quien dice "a ver", pero en esa época fumaba con ganas… hoy me parece mucho dos cigarrillos por día. Lo que acabo de escribir es bueno.

  Cuando uno se acostumbra a darle vueltas al parque Centenario en un valeroso y también ingenuo intento por embellecerse descubre no sin placer que hay otros beneficios. La impresión que tiene el novato a mediano plazo es que los pulmones se fortalecen y el corazón se aleja cada vez más de posibles enfermedades o infartos. Para una persona que estaba acostumbrada a puro fierro esto es todo un descubrimiento, y de los buenos. Antes no podía correr el colectivo; ahora lo corro con ganas y me sobre energía.

  La mejor parte viene los viernes o sábados. Entro a un bar, me pido una cerveza y a los cinco minutos tengo un cigarrillo en la boca. Le siento un gusto asqueroso, lo alejo de mi cara para observarlo con minuciosidad y comprobar que es lo mismo que fumaba antes. Otra prueba de mi estupidez es haber tardado tanto en sentirles el verdadero y asqueroso sabor, por eso ahora lo estoy dejando de a poco.

Me parece que voy a probar el faso.

viernes, 18 de febrero de 2011

Décimo: Mate

  De pendejo, yo lo veía como una sugestión estúpida. Me negaba a entender lo agradable de la bebida, tan amarga como familiar. Era cosa de grandes, pensaba, así que cuando mi señor viejo se distraía un momento y dejaba la silla, el televisor, la pava, la mesa y demás por acción de algo que ignoro, yo me sentaba en su lugar. Ya con el mate lavado y frío buscaba azúcar en la cocina para ponerle a gusto, lo que por supuesto eran toneladas… sino no era rico. Quizás le tomé el gusto como quien le roba un cigarrillo a la tía y se termina convirtiendo en un fumador empedernido.

  Siempre digo lo mismo, lo admito, pero es cierto: no se en qué momento me transformé en una persona que escucha los Beatles, se deja la barba y toma mate incluso en soledad. Todas esas cosas van en contra de lo que muchos me habrán considerado alguna vez. Aunque ya no me deje la barba me sigo descubriendo, solo, frente al monitor y contento con un termo nuevo para cebar mis mates amargos. Amargos, encima, qué hijo de puta. El termo es muy bonito, a veces me asusta lo fácil que soy.

  La influencia de los amigos no es omisible, porque más de uno es un poco hippie, y más de uno me ha empujado hacia el sano vicio. Ahora estoy del otro lado, como me pasó con los Beatles. Me aburre escuchar a la gente que considera tarados y poco originales a quienes toman mate, estando tan seguros de que su crítica sí es original. No me perdono haber pertenecido a esa clase. Pasaron más de diez años desde que yo le robaba mates a padre; ahora los tomo oficialmente.

A veces lo tomo dulce porque soy maricón.