sábado, 1 de octubre de 2016

A last time for everything

 Sé que a veces pensás en mí. Yo también te recuerdo. Recuerdo tus manos y tus hombros, tus muchos rostros y silencios. De a poco pierdo en la entreverada memoria las voces y los perfumes que alguna vez calaron profundo en mi pecho; no los puedo traer a la superficie pero los reconocería en cualquier tiempo y lugar. Distinguiría ojos y uñas en cualquier nación. Sé que me leés de vez en cuando, aunque tu paso se disipa entre rutas virtuales, músicas y otras letras, y ahora quizás la sorpresa te agita la sangre, y te preguntás si me estaré refiriendo a vos. En sueños diurnos visito lugares de una ciudad que caminamos juntos, recorro tu música y visito tu hogar, reproducido fielmente en la memoria. Visito también aquellas últimas palabras que rompieron todo y los miedos y las voces y las fotos. Recuerdo el preciso dolor al despegar las fotos de la pared, la parte más difícil fue aceptar lo definitivo.


 Pero no te extraño. Estoy en otro momento y otro lugar, casi tan lejos como quise estar. Miro anestesiado a través de una bruma espesa. Desde hace un tiempo despierto una mañana de calor o de frío pero ya nunca despierto. Los aromas no existen, los colores se apagan y la esperada fortuna es sólo una sombra que no puedo compartir. Pocas y tímidas cosas mueven mi sangre y me dan calor. El asombro inocente por el mundo y su belleza ha quedado reducido a una repetición insulsa, una mecánica que rige la cotidianidad sofocante bajo un sol blanco. Lejos quedó la emoción por lo nuevo, el vértigo que el porvenir aguardaba. Ahora me levanto y me muevo, pero estoy sintiendo las manos frías, veo mis uñas cambiar a moradas, mi rostro pálido como un domingo, y me doy cuenta de que respiro ansiedad. Respiro ansiedad y cuento hasta cuatro para no morir de frío. Tu hipocresía fue el veneno que entró discreto en mis venas y desde entonces tu nombre fue una triste y mala palabra, pero sobre todo triste.