miércoles, 17 de marzo de 2010

Continuidad de un sueño (II)

  Habías dormido mal la noche anterior, siempre era así. Te sentaste sobre la cama y pudiste sentir el palpitar de un corazón cansado. Y no es que tuvieras problemas cardíacos, Juan, sino que aquello te había hecho mal. Por la noche habías estado batallando con una almohada caliente y pensamientos oscuros, no sin levantarte más de una vez para tomar agua en vano y comprobar que el ventilador de pie realmente estuviera funcionando.

  No fue sino hasta las cuatro de la madrugada, te parece, que caíste en una ligera somnolencia, interrumpida por breves sobresaltos sin sentido. Creíste en el momento escuchar un susurro cercano, y lograste dormir cuando supiste que eran sólo retazos de un sueño aquello que confundía tus sentidos. Un escenario onírico y lejano se entrelazaba con la realidad. Aquel sueño venció y en pocos segundos reemplazó la habitación sofocante y la almohada caliente, transportándote a un lugar mejor.

  La paz no duró mucho. Media hora mas tarde estabas tambaleándote en la oscuridad, y decidiste que ibas a esperar sentado en tu escritorio. Ibas a esperar a tus pupilas para poder descifrar algo en esa oscuridad, y quizás prendieras la lámpara para escribir incoherencias.


* * *
  Dispuesto finalmente a satisfacer tu antojo pensás que ya no sabés escribir a mano. Resulta cuando menos incómodo estar sosteniendo la hoja con la izquierda mientras la derecha se desliza torpemente sobre la nada para darle forma a tus pensamientos. Qué sería de vos sin los renglones, Juan. Al menos aquellos paralelos silenciosos mantienen un orden, cada palabra en su lugar.

  Basta con estar diez minutos en esa habitación para comenzar a sentirse sofocado. Bastan otros cinco para darse cuenta de que no se trata de una exageración. La sofocación es real, acaso producto de un enero pesado, y la insoportable humedad no hace menos que contribuir al infierno climático. Por momentos el ventilador se te antoja insuficiente. Aquellas aspas arrastran el aire caliente sin resultados, y hasta el gato, recostado sobre las baldosas del cuarto, abre la boca, agotado, en un intento por renovar el contenido efímero de sus pulmones.

  Ahora, mientras escribís un ahora torpe, la sombra de tu diestra danza bajo la luz de la única lámpara… se contorsiona. Y para tu sorpresa te enterás de algo que hasta el momento habías estado pasando por alto. Te enterás de eso porque sentís un intruso en la nuca y otro, de manera simultánea, en el tobillo derecho: los mosquitos te están comiendo vivo. Te habías olvidado de los mosquitos, Juan. También notás un olor desagradable pero todavía no podés decir qué es.

* * *

  Te desprendés del escritorio lentamente, sintiendo la espalda despegarse de un respaldo asqueroso, empapado de transpiración. Algo parecido te pasa con las manos cuando dejás de sostener el papel con la izquierda y la birome con la derecha, pero ya no le prestás atención a eso. Con dedos hábiles movés la persiana y observás el afuera. En realidad, hay que decirlo, no observás nada más que un patio bañado por la luz de la luna y otro gato que te devuelve unos ojos refulgentes, cosa que tampoco merece demasiado tu atención. Una paz increíble, pensás.

  Vos no lo sabés todavía, pero ya falta poco para que se termine esa paz. Porque vas a estirar el brazo para tomar el encendedor del estante y vas a saber por qué estaba tan pesado el aire. Vas a saber por qué te costaba respirar, y no va a ser difícil descifrar aquel olor curiosamente familiar. Vas a entender que la insólita somnolencia, el súbito cansancio, tuvo un motivo más que perturbador: horrible. Vas a llevarte un cigarrillo a la boca para sentir un pulgar moviendo el mecanismo de tu destrucción. Algo que nunca imaginaste, algo que te habría parecido imposible horas atrás, algo que te hubiese causado gracia de sólo pensarlo.

  Ya está, el momento que siempre imaginaste pero nunca de esta manera. Ni un segundo te toma comprender el error y lamentarte de que sea demasiado tarde. Ni un segundo, es cierto. Sos conciente ahora, como nunca antes lo fuiste, de tu propia mortalidad. Porque no llegás a detener tu pulgar, Juan, y tus ojos se abren en un gesto infinito de horror. En esas pupilas dilatadas se presenta ahora un instante en el que todo termina, y se expande la chispa que te convertirá en recuerdo. Antes de que pase otro segundo tenés la certeza.
Ya no sos hombre; sos noche eterna.