viernes, 22 de mayo de 2015

Aquel perdido para siempre

  Yo admiraba las estrellas desde la orilla y me desentendía de este mundo, con todos sus hombres, sus glorias, sus guerras y pasiones. Tu amistad reclamó mi atención, quizás sin comprender que miraba el cielo en soledad. Me tendiste una mano y yo te corté el brazo. Me pusiste el hombro pero te mordí la yugular. Me quisiste con ternura y yo te arranqué la piel de un tirón mientras dormías. Y me reí de vos cuando vi tu sangre. Al despertar me advertiste algo que ignoré con displicencia, y me reí de vos cuando vi tus lágrimas. Aun así intentaste ayudarme a nadar en un mar de lamento… pero entonces me reí de mí mismo. Me reí de la comedia absurda de los hombres, del chiste de vivir. Te empujé y me dejé hundir hasta el fondo gélido de un océano abismal. Dejé mi guerra, mis pasiones, mis pequeñas glorias y dejé a los hombres encantados con su mundo y sus lenguas vivas y muertas. Las estrellas estuvieron cada vez más lejanas, así que preferí cerrar los ojos… y durante un tiempo fui ausencia. Mientras descendía aletargado, con los astros a mis pies, algo había mutado.


*  *  *


  Fue el peso que hubieras cargado alguna vez sobre tus hombros dolidos el que me arrastró y posaba ahora mi cuerpo tendido sobre aquel fondo accidentado. Cuando abrí los ojos por vez primera te vi con una claridad impecable. Comprendí lo que antes me era ruido. Te vi inmóvil en la superficie, extraño, atento a otra cosa que no era yo. Mirabas para otro lado y no encontré tus ojos por más esfuerzo que hice. Ya no me observabas y por fin estabas en paz. Supe con estupor que era yo en realidad quien no tenía piel y había perdido un brazo. Entonces intenté levantarme pero mis piernas se quebraron; extendí mi brazo restante hacia vos pero fue en vano; quise gritarte y me ahogué. Busqué la llave con violenta tristeza, hasta comprender que era demasiado tarde. Luego, no te vi nítido ya, sino distorsionado por las ondulaciones de la superficie. Cambiante, no te reconocí. Tu rostro fue mil rostros y tus pupilas también. Fuiste otros. La misma corriente que erosionaba mis codos y mis pies amenazó a mis ojos con ser tierra desecha. No pude reír más porque en mi mente arraigó un confuso dolor, y de ese dolor nació otro algo. Lloré sin lágrimas y sin voz. Un entendimiento tuvo lugar en la quieta profundidad: me estaba convirtiendo en algo diferente. Durante un tiempo que no supe calcular, tus ojos mutados siguieron enfocados en otra cosa; mis pupilas oscuras siguieron enfocadas en vos. No sé si te desvaneciste gradualmente o de forma abrupta, ya no lo recuerdo. Mi mundo quedó desfigurado por obra de tu ausencia y acepté que había muerto un poco. Resignó para mí aquel caprichoso destino el sofocante suplicio de hombre solo. Y las estrellas estuvieron cada vez más lejanas.