Horacio se sintió confundido, así que intentó respirar despacio. Del
entorno se sumaban datos vertiginosamente para construir un recuerdo; quiso
saber qué momento del día era pero el cielo del patio estaba indescifrable. A
la sombra oscura del malvón se agregaba la incertidumbre presurosa de no
recordar que tuviera un malvón. Tenía la cara sucia, salada. Creyó al principio
que era tierra, después sal, después transpiración. Eran lágrimas. El inmediato
descubrimiento vino tenue, sin exaltación ni sorpresa. La memoria remota lo
asaltó, difusa como el alba o la luna de un sueño, y se levantó de la silla
para caminar un poco hacia el patio que hasta entonces había estado mirando. Lo
abrumó algo visceral, así de golpe... era como una amalgama de emociones basculantes
entre ira y tristeza. Mala combinación, pensó. También pensó que ya había
escuchado antes la frase "amalgama de emociones" pero si le hubiesen
preguntado cuándo no habría sabido responder; tampoco sabía por qué pensaba
eso. Se fue por las ramas caóticas de su mente y cerró los ojos en apurado
intento por acallar los pensamientos. Las emociones también. Se encontró tirado
en las baldosas calientes del patio, que era una vastedad envuelta en la noche.
Era de noche, mirá vos. Se dio cuenta que era de noche: ahora la soberanía
emocional pertenecía a la sorpresa. Tranquilizándose miró la luna llena, clara
y fría, derramando luz sobre el patio. Conocía un poema muy lindo que hablaba sobre
un patio, una parra y un aljibe. Trató de recitarlo para adentro y de a poco
fue sacando de su quisquillosa memoria hasta el último verso. Siempre le había
parecido un poema triste.
Horacio cierra los ojos; sabe que la luna está ahí y no se va a ir a
ninguna parte. Quiere soñar algo intenso durante unos segundos. Importa poco si
ese sueño es hermoso o aterrador. Desea sólo, humildemente, emocionarse, por lo
que el sueño deberá tener un peso abarcador que lo conmueva todo, que desfigure
su mundo, con su luna, sus arrabales, sus aromas, su memoria, su carne, y su
insoslayable identidad de argentino que no quiere ser sudamericano. Sabe que la
muerte nos libra del sol y de la luna y del amor. Agradece en silencio que
exista gente mejor que él, gente que supo usar las palabras para decir eso. Los
versos de un poeta que ha muerto mucho antes de que él naciera son los que ahora
roba y defiende celosamente. Horacio llega a los últimos versos en voz alta:
“Serena, la eternidad espera en la encrucijada de estrellas”. En ese instante, infinito en la inmensidad del tiempo, el poeta revive.