Había salido
un pato del lago del Parque Centenario y lo corrían divertidos unos perros que,
creo, son del barrio. No sé por qué me quedé mirando, aunque sospecho que daba
gracia y estaba cómodo ahí sentado. Uno de los perros que acosaban al pato
blanco era de una señora que caminaba al lado de mi banco. No digo que sea mío…
¡es una forma de decir! ¡No se vayan a confundir! “Vamos”, dijo la señora
aunque no gritando (tenía panza prominente, pobre, pero no tanto). El perro ni
bola, creo, por un rato, estaba más concentrado en corretear al blanco pato.
Ella repitió su nombre pero si me lo preguntan no me acuerdo, sí me acuerdo de Alejandra
sentada conmigo y de la noche también y de que era domingo. Me dijo “mirá, los
perros lo molestan y se va lejos, va a pasar la reja” y le respondí
despreocupado que no se preocupara, porque seguro no pasaba de donde estaba
aquella vieja. Aleteaba con ímpetu en legítima defensa, el animal astuto y
confiado se metió entre la maleza. Lo perdí de vista al bicho… lo perdimos,
mejor dicho. La tranquilicé o eso quise, “no pasa nada” le dije; “es grande y
hay gente, va a estar bien aunque se ausente”. La dueña del perro en eso nos
mira y un poco nos conversa con mucha autoestima. Autoestima o canchera, no sé
cómo sería, pero prefiero esa palabra porque sino no rimaría. Ya sé, soy malo
en esto y no es lo mío, pero estoy aburrido: afuera llueve y hace frío.
Volviendo al
tema del pato, que nos concierne, más vale, yo pienso ahora qué habrá pasado
cuando le dije eso a Ale. Miró con rareza a la señora del perro y su panza,
mientras no adivinaba que yo miraba su cara. Pálida, qué linda, hay que
decirlo, con esos ojos oscuros y el pello lleno de brillo. Qué ternura que no
sepa que se ve linda nerviosa… ¡se ruboriza cuando está en casa porque mi familia
la acosa! Con las mejillas rosadas y las pupilas gigantes parece una señorita
de época… elegante. ¡Pero qué tarado, mirá las cosas que digo! ¡Si nadie me
controla doy vergüenza seguido! Pero no pasa nada, si mi blog no lo lee casi
nadie… lo veo yo nomás y un par más de visitantes. Con gratitud reconozco esas
visitas que comentan, es lo primero que veo cuando entro a mi cuenta. A todo
esto, como decía, Ale siguió hablando por un rato, distraída. Vaya uno a saber
si el pato volvió más tarde, porque una vez leí que el parque es muy grande.
Doce hectáreas, siempre lo digo, y agrego que yo corría por ahí con un amigo…
todo esto es cierto eh, yo mentiras no digo.
Entonces te
comento: a todo esto y con lo del pato yo estaba contento; lástima que era
domingo, encima de noche y encima nublado, y sumale que Ale se tenía que ir
para otro lado. Pero no importa demasiado, coincidimos ambos dos, porque otro
día nos juntamos de nuevo, miramos una peli y tomamos alcohol. O tomamos helado,
que es más sano y me gusta de cualquier cosa… lo como incluso aunque le pongan licor
mariposa. Nos despedimos del parque en silencio, mentalmente, para que no nos
mirara raro la gente. La acompañé a la parada y nos reímos un rato. Llegó el
bondi y le di un beso pero le quedé debiendo el abrazo. Igual no pasa nada
porque habrá reencuentro… como el parque con el lago y el pato blanco adentro.Vivo cerca del parque, siete
cuadras que no es lejos, inminente era la lluvia, me agarró frío y me sentí
viejo. Al llegar a casa me miré tranquilo al espejo, mojado y pensativo, para
comprobar que soy pendejo. Sobre Ale te cuento que a veces la extraño y es
mutuo el sentimiento, sólo espero que me crea y no piense que le miento.
Me fui a
dormir más tarde pensando en la integridad del patito, su seguridad física me
preocupaba un poquitito. Hasta soñé que andaba mareado al doscientos de Camargo
y le preguntaba a la gente cómo volver al lago… y después de dar un par de
vueltas manzana apuraba las piernitas y llegaba hasta Antezana. En eso paraba a
un tachero empinando un ala cansada, le decía algo en patuno y el tipo no le
entendía nada. Igual le respondía, con sublime valentía: “quedate tranquilo que
no pasa nada, te está soñando Gabriel reposado sobre su almohada”.
El pato aliviado se
subió al taxi para dar un paseo, y en secreto el tachero dijo: “antes
de que se despierte pedí un deseo”.