Un
cambio profundo estaba operando en él. Miró hacia abajo y vio cómo todas esas figuras
se movían a la distancia. Entre la bruma estiraba un brazo creyendo que
entendía las formas, que podía tocarlas, pero cuando supo lo equivocado que
estaba le dio vergüenza. Antes estaban cerca pero era él quien ahora se había
alejado. Dejó morir el amor y se juró nunca más. NUNCA MÁS, se dijo. Punto,
mayúscula, nunca más, punto final. Y con eso terminó de matar a su otro costado
para ser león de una puta vez. Nunca más patética mariposa. Se miró esas alas
coloridas buscadoras de amor, esas alas tiernas. Le dio vergüenza, entonces se
las arrancó con ira visceral. Dejó crecer garras, dientes afilados y pelaje
invernal. Ahora era agresivo hermético, y le pareció que eso, a su manera,
también era hermoso pero sin ostentar la empalagosa sensiblería de antaño. Se
sintió más fuerte que nunca y siendo león no entendió cómo antes podía haber
sido mariposa.
La
mejor parte vino cuando se miró al espejo y no sintió nada. Dejó de vivir atormentado
de sentidos, sufriendo el dolor en silencio frente a la indiferencia ajena;
dejó de intentar hablarle a los sordos. Quién hubiera dicho que perder toda
esperanza (en los demás) fuese encontrar la paz… tan bien se sintió cuando
comprendió eso que no fue necesario irse de este mundo. Hizo de su caída un
ascenso, para poder mirar hacia abajo y reír con crueldad de la mariposa que
fue... y de todos aquellos ingenuos que todavía lo eran.