Yo tengo
veintiún años y creo que mis padres todavía no saben que fumo, lo cual es
indiscutible evidencia de mi estupidez. En realidad me gustaría decir que no lo
saben, pero considero que no existen sobre el planeta padres tan distraídos
como para no sospechar, aunque sea un poco, que su hijo fuma. Empecé a los dieciocho como quien dice "a ver",
pero en esa época fumaba con ganas… hoy me parece mucho dos cigarrillos por
día. Lo que acabo de escribir es bueno.
Cuando uno se
acostumbra a darle vueltas al parque Centenario en un valeroso y también
ingenuo intento por embellecerse descubre no sin placer que hay otros
beneficios. La impresión que tiene el novato a mediano plazo es que los
pulmones se fortalecen y el corazón se aleja cada vez más de posibles
enfermedades o infartos. Para una persona que estaba acostumbrada a puro fierro
esto es todo un descubrimiento, y de los buenos. Antes no podía correr el
colectivo; ahora lo corro con ganas y me sobre energía.
La mejor parte
viene los viernes o sábados. Entro a un bar, me pido una cerveza y a los cinco
minutos tengo un cigarrillo en la boca. Le siento un gusto asqueroso, lo alejo
de mi cara para observarlo con minuciosidad y comprobar que es lo mismo que
fumaba antes. Otra prueba de mi estupidez es haber tardado tanto en sentirles
el verdadero y asqueroso sabor, por eso ahora lo estoy dejando de a poco.
Me parece que
voy a probar el faso.
2 comentarios:
Gabriel, estás metamorfoseando!
Que los Beatles, que el mate, que el ejercicio, que los cigarrillos no van más... ¿Te estás haciendo humano?
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.:
Como fumadora profesional, te aseguro que me gustaría estar en tu lugar. MENTEDOMINACUERPO,MENTEDOMINACUERPo.
Te mando un saludo!
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