Mi atención se centra a veces sobre el vacío que se percibe en la alacena cuando ya no hay café, especialmente en las tan oscuras madrugadas de invierno. Café instantáneo Dolca que será adquirido, pienso, en los chinos de la otra cuadra apenas éstos despabilen.
Suelo entrar a sus dominios, repetido hasta el cansancio e impregnado todo con esos identificables olores, saludando muy amistosamente. Lo que me llama la atención entonces no es que me haya olvidado por completo de lo que estaba buscando, tampoco que cueste tanto ablandar un poco su antipatía después de diez años. Lo que realmente me llama la atención es la hija de los dueños, quien definitivamente no es una china fea.
La miro cuando entro y pienso si podré decir alguna estupidez para sacarle una sonrisa, y como es algo ya común en mí decir estupideces no me toma mucho trabajo. Los padres a veces me miran con sospecha y hablan entre ellos, acaso puteándome en un idioma que encuentro tan incomprensible como el fútbol. Mientras, ella ahí parada me habla en un perfecto argentino y de vez en cuando me sonríe generosamente.
En ese instante me sorprendo descubriendo que no la encuentro muy china que digamos.
2 comentarios:
eso es re lindo! además por qué tendría que ser una china fea?
Vos entras y los padres sospechan
Vos te vas y los padres siguen sospechando.
El chino no mira, sospecha
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