Me lo dijo de una manera sutil, pobre buen hombre. Con una sonrisa un poco forzada en esa cara que le quedaría tan bien a un verdugo. Pero más pobre yo, que ya sabía lo que me esperaba. Opté por una sonrisa igual de forzada y una actitud transigente para recibir la noticia.
Me invitaba a sentarme y yo asentía mientras le daba más importancia al futuro inminente. Pensaba en el proceso que atravesaría más adelante, lo cual es para mí no menos que agobiante: buscar trabajo. Y no me refiero al hecho de trabajar, más allá de lo que algún corto de mente entienda, sino más bien al hecho de buscar trabajo.
Que vos te desempeñás bien, que no es tu culpa, que tenemos inconvenientes, que vos sabés cómo es la cosa y que la reputa madre que te parió. Te deseo mucha suerte. Todo acompañado de una condolencia francamente predecible. Me llamarían, aclaró, para que mi angustia y yo pasáramos a cobrar en la semana. Después de dialogar un poco, quizás porque soy excesivamente educado (y un poco tonto) me levanté sin dejar de sonreír y le deseé un buen día.
Ahora vuelvo a sentirme fuera de lugar.