Cierto mes, en cierto día, en
determinado minuto de alguna hora específica, te recordé. En otro tiempo creí
que éramos amigos. En mi mente reverberan escenas de tu grata compañía, y eso
me confunde todavía más. Se reproduce en la memoria tu abrazo. Cuando te conocí
me hiciste bien en un momento en el que lo necesitaba; me levantaste del suelo
y me ayudaste a limpiarme la sangre. De cuanto pudiera recordar de aquella amistad,
al final todo se resume a una amargura. Lástima. Sospecho que tu vida, rodeada
de gente dulce, aparentemente natural y cálida, es en realidad solitaria, fría,
de un celeste apagado. Sospecho que descartás a las personas cuando te cansás
de jugar con ellos, que los escupís cuando ya no les sentís sabor. Sospecho que
tus relaciones son planas y superfluas, de nada sirven más que para sostener un
mundo de mentira, adornar tu ámbito, hipócrita, convulsionado en una agenda
repleta de actividades formales, fluctuante entre la metrópoli y el
apaciguamiento en los pueblos que explorás casualmente con tu mochila, como una
aventura repleta de frases trilladas, y momentos cliché que describen una idiosincrasia
que no tenés. La fotografía te ayuda.
No sos real… yo sí. Soy real
aunque mi mundo sea pequeño, individual, a veces frío y cerrado. Soy real
aunque te asuste mi profundidad. Son reales las montañas que viste en tus
viajes, el pasto que oliste y la tierra que pisaste, la cual fue indiferente a
tus pasos y tu existencia, como vos lo fuiste, un día cualquiera, repentinamente,
a mí. Te recuerdo mutando espantosamente de la amistad bondadosa a la cruel
distancia, lacerante, sólo porque esa es tu naturaleza, y recuerdo no
entenderte. Recuerdo también la bronca, la resignación, la llama que se
atenuaba, y cuando ya no hubo siquiera rencor. Recuerdo finalmente cuando te
extirpé, indiferente y frío, como sólo de vos podía aprender a serlo. Al
principio nunca es fácil.
Recuperé sin embargo mis libros,
esos dos que te había prestado antes de que te marcharas sigilosamente, sin
motivo aparente; antes de que viera venir tu crueldad o tu estupidez, que acaso
sean la misma cosa. Ambos libros son de los mejores que tengo en mi estante humilde
o mediocre. Y te los presté a vos. Hubiese lamentado más que quedaran en tus
manos, no tanto el hecho de que nosotros nos hayamos perdido para
siempre.